Una Nación Conservadora: El Poder de la Derecha en los Estados Unidos
Reseña del libro de John Miclethwait y Adrian Wooldridge (2006).
Escrito el 01 de octubre de 2012
¿Por qué Estados Unidos es una nación tan diferente a las demás? ¿Por qué las ideas conservadoras actualmente han calado con tanta fuerza en la población estadounidense; cuando hace sólo medio siglo eran consideradas marginales y hasta incluso excéntricas? Pero sobre todo, ¿Por qué el conservadurismo, tanto a nivel ideológico como organizativo, es hoy la fuerza política hegemónica en dicho país? El libro de Micklethwait y Wooldridge busca responder a estas preguntas; y a pesar de ya tener cierto tiempo impreso (su primera edición en inglés es de 2004), arroja muchas luces que pueden ayudarnos a entender la compleja dinámica política de los Estados Unidos, especialmente en este período electoral.
La primera gran lección que este libro da a los lectores europeos (y por extensión, también a los latinoamericanos) es una de enfoque. Conceptos como “Izquierda”, “Derecha”, “Liberalismo”, “Conservadurismo”, “Estatismo”, etc., que son de uso común en nuestro léxico político, cobran un sentido muy distinto cuando son aplicados a la realidad de los Estados Unidos. Esta lección es de especial importancia para la mayor parte de la izquierda latinoamericana, dada su histórica incomprensión acerca del funcionamiento del sistema político estadounidense. Por ejemplo, en Política Exterior, la izquierda rechaza la intervención de los Estados Unidos a la vez que respalda la integración regional latinoamericana; mientras que en Política Interior ésta suele identificarse con un amplio gasto público en programas sociales, empresas estatales fuertes, subsidios, programas de “género”, Estado Laico y otros. Aquí, la propuesta ideológico-programática es vista como si fuera un solo paquete “de izquierda” único e indivisible, en donde toda variación es considerada una “desviación” del modelo.
Esta rigidez ideológica no existe en los Estados Unidos. Pongamos un caso: Si un candidato a la Presidencia de dicho país propusiera retirar sus tropas de Oriente Medio, abandonar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), abolir la Reserva Federal y dejar de intervenir en los asuntos externos de terceros países; seguramente sería aplaudido de pie por una audiencia compuesta por líderes jóvenes de partidos de izquierda latinoamericanos, quienes seguramente estarían felices de saber que por fin un hombre de ideas afines busca un verdadero cambio de rumbo en la Casa Blanca. Sin embargo, si este mismo candidato propusiera la repatriación masiva de latinos ilegales, el bloqueo a toda amnistía migratoria, el aumento en el control de las fronteras (especialmente con México, como es obvio) y la eliminación del derecho a la ciudadanía por nacimiento; ciertamente nuestro hipotético auditorio latinoamericano empezaría, como mínimo, a dudar de sus credenciales progresistas. Finalmente, ¿Cómo reaccionaría dicha audiencia al enterarse que dicho candidato es considerado por la mayor parte de la prensa estadounidense como “aislacionista de extrema derecha” e ideólogo del Tea Party? ¿Es posible hallar un programa tan disímil en una sola persona? Pues sí. De hecho, este es el caso del republicano Ron Paul, el candidato favorito de la izquierda latinoamericana; y en general, de la gente que pasa mucho tiempo en Internet.
La segunda gran lección del libro es una de análisis. Y aquí la excelente pluma periodística de Micklethwait y Wooldridge explica de manera sencilla cómo ha evolucionado la estructuración de los clivajes electorales en los Estados Unidos; siempre en función de los cambios demográficos, ideológicos y organizativos producidos en el país a partir de la segunda mitad del siglo veinte. Los autores demuestran que dichos cambios han empujado al país en una dirección claramente conservadora.
El libro empieza haciendo una reseña histórica del Estados Unidos de inicios del siglo pasado tomando como protagonista a uno de los más ilustres hijos: Prescott Bush, ex senador y abuelo del expresidente George W. Bush (2001-2009). Los autores toman el ejemplo del abuelo Bush por considerarlo como arquetipo de lo que en esa época fueron los republicanos del stablishment: Blancos, anglosajones y protestantes que educaban a sus hijos en Universidades elitistas de la Ivy League y reivindicaban sus vínculos de parentesco con la nobleza británica; siendo dicho perfil compartido por las principales familias de la Costa Este (independientemente del partido al que pertenezcan), como los Carnegie, Rockefeller, Harriman, Swift, etc. El abuelo Bush perteneció al ala progresista del GOP (Great Old Party, Republicano), apoyando la ley de creación de los Peace Corps, los derechos civiles, el incremento del salario mínimo y el aumento de las tasas de migración. De igual manera, su hijo, George Herbert Walker, a pesar de ser más conservador que su padre (se opuso a la Ley de Derechos Civiles de 1964 y al Tratado de Prohibición de Armas Nucleares), adoptó una línea moderada en Política Exterior. Rodeándose de realistas clásicos como James Baker, Colin Powell y Brent Scowcroft, Bush padre lideró con éxito las negociaciones que facilitaron la desintegración de la URSS de manera pacífica, reconociendo tácitamente un área de influencia geopolítica para la Rusia postsoviética en el Cáucaso y el Asia Central. Paradójicamente, sería el demócrata Bill Clinton quien propondría la expansión de la OTAN al este, asimilando a antiguos países satélite del Pacto de Varsovia en una alianza militar claramente anti-rusa; siendo aquélla una tendencia que el hijo de George Herbert Walker, George W., no haría sino profundizar.
De paradojas como la mencionada está lleno este libro. El curioso caso de Ron Paul (a quien los autores no han mencionado, lo cual es una grave omisión) es la regla, no la excepción. Durante la primera mitad del siglo XX, si bien las diferencias entre el Partido Demócrata y el Republicano eran sólo de matices (no profundamente ideológicas), el primero ostentaba la hegemonía indudable en el sistema político estadounidense. El republicano Dwight Eisenhower llevó a la presidencia en 1952 a un partido que no había ganado dicho cargo desde la época de Herbert Hoover, en 1928; con un programa que bien hubiera podido ser aplicado por cualquier demócrata moderado. Partidario de la doctrina de contención soviética y del aumento del gasto público, Ike impulsó la creación de una vasta red de autopistas que interconectaran al país, además de negarse a abolir la seguridad social y los subsidios agrícolas.
Como fuere, ni Eisenhower ni nadie, hubiera podido imaginar que los cambios que se estaban produciendo en la geografía humana del país abrirían la puerta a toda una nueva agenda conservadora, frente a la cual ambos partidos terminarían por elegir entre adaptarse o perder apoyo electoral. A diferencia de la superpoblada Europa, en Estados Unidos cada familia puede ocupar media hectárea de tierra y aun así poblar sólo la vigésima parte del continente. Hartos de la intervención del Gobierno Federal en sus vidas y sus negocios, aventureros de todas partes migraron a ciudades al sur y al oeste del país. La expansión de las ciudades del Sun Belt (región compuesta por quince Estados del sur: de Virginia a Florida, y de Nevada al sur de California) ha ido de la mano con la expansión de su representación parlamentaria, así como la difusión de ideas conservadoras, acompañadas de un mayor respaldo al Partido Republicano.
Primero entendamos de qué tipo es el conservadurismo estadounidense y en qué se diferencia de las ideologías conservadoras europeas. El florecimiento de dichas ideas en los Estados Unidos se dio a partir de los años 50´s en forma de pequeñas iniciativas, como libros y revistas; las cuales fueron generalmente impulsadas por ciudadanos particulares (varios de ellos, marxistas desencantados) preocupados por una gran variedad de asuntos que, a su juicio, amenazaban al American Way of Life. Temas como la corrupción moral, la pérdida de los valores, la expansión del comunismo, así como de la burocracia pública y de los impuestos federales (que algunos, como los miembros de la John Birch Society, llegaron a identificar con un plan para implantar un sistema comunista en los Estados Unidos, teniendo al Presidente Eisenhower como agente soviético infiltrado), ocuparon los más importantes debates conservadores de la época. Los primeros protagonistas de estos debates fueron independientes como Albert Jay Nock (quien acuñó la frase “nuestro enemigo, el Estado”), Ayn Rand (autora de “La rebelión de Atlas”, proponía un Estado mínimo sin impuestos ni tradiciones de ninguna clase, así como la libertad sexual y el enriquecimiento individual como vía para lograr la felicidad) y tradicionalistas como Richard Weaber y Rusell Kirk. Sin embargo, estas ideas hubieran terminado olvidadas en el tiempo si no se hubieran dado tres condiciones que favorecieron la revolución conservadora: Primero, la llegada de un grupo de empresarios intelectuales. La segunda, el giro izquierdista que tomó el Partido Demócrata (la Ley de Derechos Civiles de Lyndon Johnson en 1964, así como sus posiciones antibelicistas). Y la tercera, que ya mencionamos, el traslado del centro de gravedad de Estados Unidos hacia el sur y el oeste.
Los empresarios intelectuales se inspiraron en las ideas de economistas neoliberales como Ludwig Von Mises, Friedrich Hayek y Milton Friedman; quienes criticaron el intervencionismo estatal en la economía en espacios como la Mount Pelerin Society o la Escuela de Chicago. Buscaron reunirse al margen de Universidades liberales (en el léxico político conservador, “liberal” suele ser identificado como “hippie izquierdista, intervencionista en la economía o amigo de los burócratas de Washington”) creando diversos grupos de expertos y revistas. Así surgieron la American Enterprise Institute (1954), la Hoover Foundation (1960), la John Birch Society (1958), Olin Foundation (1970), la Heritage Foundation (1973), el CATO Institute (1977), entre otros. Jugando casi en pared, revistas como la National Review de William Buckley (fundada en 1955), sirvieron como plataforma para la difusión de las ideas que iban cocinando los diversos grupos conservadores. Si bien en un inicio estas organizaciones buscaron funcionar como “Universidades sin estudiantes”, encargadas de crear una teoría conservadora basada en diversas ideas sobre el deber ser de la economía, la política, la moral y la religión; actualmente se les considera auténticos grupos de presión, tanto por el eficiente manejo de los recursos de los que disponen, como por su capacidad de influir en la formulación de políticas públicas.
El giro izquierdista del Partido Demócrata inició a mediados de los años 60`s. En ese tiempo, Keynes era el economista favorito de los liberales y se creía que el intervencionismo estatal era la cura para todos los males del país. En 1964, el Presidente Johnson no sólo creó la Ley de Derechos Civiles; sino que posteriormente la profundizó con la Ley de Derecho al Voto, el programa educativo Head Start y un ambicioso sistema de salud basado en los programas Medicare y Medicaid. Muchas de estas medidas fueron mal vistas por los votantes blancos pobres de las afueras, quienes consideraban que la “acción afirmativa” impulsada por Johnson no era sino otro modo de racismo. En general, la plataforma liberal de la época (planificación familiar, eliminación de la oración en las escuelas, aborto, abolición de la pena de muerte, oposición a la guerra en Vietnam) alejó a los votantes del Partido Demócrata en el sur, impulsándolos a crear otros partidos (como el States Right´s Party) y posteriormente, alineando agendas comunes en torno al Partido Republicano.
A lo largo del libro, los autores explican cómo esta profunda transformación ha configurado la dinámica política en los Estados Unidos. El movimiento conservador influye a lo largo de todo el país en los más diversos temas (económicos, políticos y morales); tanto así que la performance de los Presidentes bien puede ser evaluada sólo en función al respaldo o alejamiento de las propuestas conservadoras. Sin embargo, es necesario señalar que dicho movimiento dista mucho de ser homogéneo. La efervescencia que produce el conflicto ideológico entre diversos grupos sociales organizados configura la manera como los políticos buscan posicionarse, algunas veces en nombre de una auténtica convicción moral; y en otras, en nombre del más simple oportunismo electoral. Un político estadounidense puede ser demócrata y conservador, o republicano y moderado, todo ello a la vez. Al mismo tiempo, un partidario del matrimonio gay puede solicitar un mayor gasto militar para efectuar un ataque preemptivo a las instalaciones nucleares iraníes; mientras que un activista cristiano (tradicionalmente opuesto a las subidas de impuestos) puede pedir un mayor gasto federal en educación y salud en barrios pobres. Ninguno de ellos hallará la menor contradicción en su praxis política, ya que el sistema político estadounidense no tiene líneas transversales claras que vayan de izquierda a derecha. Por el contrario, está organizado en función de diversos clivajes electorales, los cuales son variables y recombinables entre sí.
En general, tanto por la sencillez en su redacción, como por su capacidad para hacer entendible un tema tan complejo como este; el libro de John Micklethwait y Adrian Wooldridge debe ser un referente obligatorio en cualquier sumilla de Introducción a la Ciencia Política. El esfuerzo teórico y periodístico realizado por los autores coloca a este libro a la altura del desafío propuesto.