Retos de la Integración Educativa en América del Sur
(*) Diario Los Andes (Puno), 21/Oct/12
La integración regional es un proceso complejo; no exento de contingencias y retrocesos más allá del esfuerzo voluntarista de los Estados Nacionales para sumarse a un proyecto común que los trascienda. Como señala el politólogo estadounidense Robert O. Keohane, en un contexto de anarquía internacional, la interdependencia también es una parte esencial de las relaciones de poder entre los Estados. Es decir, desde una perspectiva realista, los Estados utilizan los organismos internacionales para incluir a otros en la toma de decisiones sobre diversos temas que les afectan; legitimando así sus intereses nacionales ante la comunidad internacional.
Así, los Estados tienden a integrar instituciones y procesos cuando: I). Todos son conscientes de los beneficios que la integración trae a sus agendas políticas internas; II). Ninguno de los Estados parte siente que la integración pueda implicar un costo político alto, o que ésta pueda ir en contra de alguno de sus intereses nacionales; y III). Estos organismos regionales incluyen mecanismos que permitan resolver conflictos entre los Estados miembros de manera más eficiente que buscando una negociación por separado.
Por ello, es de resaltar el esfuerzo que la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) viene realizando en materia de Educación Superior. Hace dos años, los países miembros de UNASUR acordaron la homologación de los títulos universitarios emitidos por los países miembros, de tal manera que se facilite la movilidad entre los graduados para conseguir trabajo en cualquiera de los países de América del Sur. Y esta semana, representantes de UNASUR se reunieron en la ciudad de Rosario (Argentina) para acordar los lineamientos de esta propuesta. Se coincidió en la necesidad de profundizar el intercambio de programas de docentes y estudiantes, de tal manera que éstos sean más conscientes de la realidad que viven los países de la región.
¿Cómo debe posicionarse el Perú al respecto? Para poder aprovechar las posibilidades que nos ofrece este acuerdo, es necesario sacar a nuestras Universidades del marasmo en el que se encuentran actualmente. Ninguna Universidad peruana figura en los rankings mundiales, y mucho menos en los regionales. Si bien tradicionalmente Universidades como San Marcos o Católica de Lima han sido consideradas las mejores del Perú, ambas se encuentran en el puesto 600 a nivel mundial, además de ser superadas por al menos una Universidad de cada país de América Latina. No sólo la Universidad de Chile, la Autónoma de México, la de Los Andes de Colombia y la de Buenos Aires nos ganan; sino que otras más pequeñas y de rango inferior en sus respectivos países superan de lejos a todas las Universidades peruanas juntas. Por otro lado, es especial el caso de la Universidad de Sao Paulo (estatal, por cierto), ya que es la única Universidad de la región realmente respetable bajo estándares internacionales (1º puesto América Latina / 139º puesto mundial), formando 2300 doctores investigadores cada año, con un 22% de las publicaciones científicas que se producen en Brasil. (Fuente: Ranking QS Top Universities).
Salir de la difícil situación en la que nos encontramos no es un problema de presupuesto. Este año, sólo la Universidad Nacional Mayor de San Marcos recibió más de 350 millones de soles, mientras que la San Agustín de Arequipa recibió 200 millones. Si bien existen graves asimetrías presupuestales (la Toribio Rodríguez de Mendoza en Chachapoyas y la Nacional de San Martín recibieron sólo entre 20 y 30 millones este año); el mayor problema es el de la perspectiva con la que se mira a la educación en nuestro país. Entender que la función de las Universidades no es el de fabricar títulos en masa o justificar gasto en planillas doradas de altos cargos administrativos; sino producir y difundir conocimiento útil para el desarrollo de la sociedad. Debemos revalorar la labor que los docentes cumplen al formar a las generaciones venideras, así como la importancia que la investigación científica tiene como base para una sociedad del conocimiento que pueda afrontar los retos de un mundo que cambia constantemente. De no ser así, con el paso del tiempo nuestro tan mentado crecimiento económico será sólo un recuerdo de otra época de prosperidad falaz, como tantas veces ha sucedido ya en nuestro país.